Una de mis primas tiene un local de ropa. En el verano, me dijo que tenía un regalo para mí. El regalo era esta remera astral:

Por supuesto que el regalo me encantó.
Durante este verano, yo estaba transitando un celibato autoimpuesto. Terminé una relación que no me hacía bien (pero de la cual me costaba salir) en octubre del 2018 y había decidido tomarme los meses más calurosos para estar sola. No quiero decir “para reencontrarme conmigo misma”, pero sí, para eso también. Así que esquivé toda propuesta de corte romántico que apareciera.
Esos meses de soledad, por llamarlos de alguna manera, me hicieron bien. Realmente los necesitaba. Pude poner la energía en trabajar para ganar plata que me permitiera financiar proyectos que me interesan mucho. Y viajé y tuve poca vida social, pero de mucha calidad. Aunque no me arrepiento de haber tomado la decisión de “estar sola” un tiempo, también estaba triste. Era una tristeza funcional, que igual me permitía cumplir con mis obligaciones y disfrutar de vez en cuando. La tristeza estaba ahí, siempre latente, de base. Tenía varias fuentes, no solo el hecho de estar sola, pero esa situación pesaba mucho.
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El viernes 8 de marzo tenía el casamiento de un amigo. No quería ir. Mi plan ideal para ese día era ir a la marcha con las chicas, comer una pizza con ellas e irme a dormir. Hacía frío, tenía que ponerme ropa careta, ir a un lugar que quedaba lejos. Definitivamente no quería ir. Lo único que me motivaba era encontrarme con mis amigos y mis amigas de la facultad.
Y el casamiento fue un fiasco. Fue horrible. Hasta el día de hoy no entiendo por qué fui. O sí, pero no viene al caso.
El casamiento, aunque fue horrible, expuso mucho más la tristeza por estar sola. No por la pareja recién casada, si no por otra amiga y su novio. Estaban felices y radiantes. Me di cuenta de que quería eso para mí. Extrañaba eso. Y existía. Yo ya sabía que existía. Lo había tenido, hasta que me destruyeron el corazón en un millón de pedazos. Quería eso de nuevo. Con otra persona. ¿Lo iba a volver a tener alguna vez? No sabía. Tenía miedo de que no volviera a pasar.
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El sábado también fue horrible. El cuerpo no me respondía. Me dolían los pies por haber usado tacos nuevos después de mucho tiempo sin hacerlo. También me dolía la cabeza porque había mezclado vino y cerveza. Aunque no había tomado mucho, la mezcla me destruyó.
Ese día estuve adentro de mi casa sin ganas de salir ni de hacer nada. Afuera estaba horrible, así que tampoco me perdí de mucho. Decidí darme permiso para estar del orto. Y así transité todo el 9 de marzo.
Me bañé después de cenar. Eso me ayudó a cambiar un poco la energía. Me empecé a sentir mejor. Otra cosa que me ayudó a sentirme mejor fue chatear por mensaje privado de Twitter con Charly. Charly es un amigo virtual con quien a veces compartimos ñoñadas académicas y también charlamos sobre nuestras vidas. (Ahora ya lo conozco en persona, pero en marzo todavía no nos habíamos visto).
Los dos somos muy saturninos. Ambos somos de la generación de Saturno en Acuario (signo regido por Saturno). Además, yo tengo a Saturno en el Ascendente y él tiene el Sol en Capricornio. La charla virtual que tuvimos durante horas me sirvió para destrabar algunas cuestiones angustiantes que me estaban bloqueando mucho. Y también aparecieron temas profundamente saturninos que seguro voy a trabajar/reformular durante mi retorno.
La próxima les compartiré un fragmento de lo más destacado de ese chat que tanto me ayudó.
[…] sábado 9 de marzo del 2019 estaba angustiada por razones que comenté acá. En parte, lo que me ayudó a salir de ese estado de tristeza fue chatear con un amigo que vive en […]
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[…] de ese fin de semana del casamiento y del chat con mi amigo, decidí sacar un […]
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[…] cuando apenas me lo regalaron. Leí algunas páginas y después lo dejé olvidado por ahí. Los mambos del verano 2019 pueden haber contribuido a mi alienación respecto a un objeto que había deseado mucho antes de […]
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